
Hoy el plan era bien distinto. Alquilamos una motillo por 400 pesos (unos 8 euros/día) para ir a Corelia a ver los monos Tasier. Hay otra zona de monos más famosas, pero nos dijeron que había habido inundaciones allí la anterior noche y que no se podía llegar, así que habiendo otra opción, preparamos el petate y marchamos en busca de alguien que nos alquilara una moto.


Nos hemos dado cuenta de que en este país las distancias no se miden en kilómetros o millas, sino en horas de viaje. Igual estás a 30 kilómetros de un sitio pero tardas dos horas, mientras que en otra parte del país esos 30 kilómetros los haces en 15 minutos.
Así que no me preguntéis a cuanta distancia está Corelia de Alona Beach, porque lo único que sé es que más o menos está a hora y media en moto. Y tampoco es que se pueda correr mucho por las carreteras... los frecuentes agujeros, baches y sobretodo el asfalto ondulante, hacen que te pases medio camino botando como una pelota, esquivando fosas abisales más que agujeros y yéndote al arcén cada vez que viene de frente un camión adelantando a un autobús o similar. Puede parecer divertido, pero a los pocos minutos ya llevas el culo dormido y los brazos agarrotados de la tensión, y después de media hora tienes que parar a descansar. Y todo esto a la vertiginosa velocidad máxima de 50 o 60 kilómetros hora que es lo que daba el halcón milenario.



La visita no dura más de 20 minutos, dependiendo de lo cerca que estén los monos de la luz ultravioleta que ponen para atraer a los insectos y que luego se los coman los monos y del tiempo que quieras recrearte haciéndoles fotos. Pero no hay mucho mas que ver. 2 o a lo sumo 3 monos y directo a la salida, con la sensación de haber cumplido una promesa hecha en 2012 de visitar estos lindos monitos cuando viniéramos de viaje a Filipinas. Y lo cierto es que merece la pena venir a ver a estos adorables monitos.
Cogimos la motillo de nuevo y en menos que canta un gallo nos pusimos de vuelta rumbo a Tagbilaran. Tagbilaran es la ciudad en la que se encuentra el aeropuerto, y es al menos más grande que el resto de pueblos de la zona. El tráfico es intenso y salvo por un único semáforo que nos encontramos, el resto de cruces se autogestionan siguiendo la ley del más fuerte, más grande, el que antes llega o el sálvese quien pueda. Pero el caso es que funciona. Tú te vas metiendo en el cruce según vas llegando y vas buscando tu huequecillo y zas, ya estás dentro y yendo en tu dirección.

Unas cervezas después, un vodka con mango y alguna bebida mas de cuyo nombre no puedo acordarme, fueron el punto y final a un día muy divertido y completo. No podía faltar eso si el helado de rigor. Myriam fue a lo seguro con el helado de coco y claramente pinchó, puesto que ha sido el mas flojo de los probados hasta el momento. Yo me decidí por el de jackfruit, una fruta tropical de tamaño descomunal pero deliciosa. Todo un acierto. Lo malo de estos helados es que se te deshacen en segundos y mientras estás tirando la foto ya notas el chorrito bajando por la mano. Así que mañana otro diferente. Ya vamos agotando las opciones, pero el de jengibre picante tiene buena pinta....
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