sábado, 3 de enero de 2015

De viaje a Boracay


Madre mía que difícil es llegar hasta aquí. Taxi, avión, otro taxi, otro avión, furgoneta, barco, furgoneta y luego otra camioneta mas hasta la habitación. 

Desde las 6 de la mañana que salimos de nuestro hotel el Panglao, hasta las 5 de la tarde que llegamos a nuestra habitación del hotel de Boracay, y 7 medios de transporte después, por fin podemos relajarnos tras haber cumplido nuestra misión de trasladarnos del punto A al punto B sin contratiempos. 

El vuelo a la isla es en un pequeño aeroplano de hélices que se mueve mas que una veleta y cuyo aterrizaje pone los pelos de punta al mas pintado. 


Pero aquí estamos por fin, disfrutando de un hotelazo con una playa privada que quita el hipo y que disfrutamos nada mas llegar con un bañito postrero a la caída del sol, no sin cierto fresco por el vientecillo al salir, pero reconfortante después de tantas horas de viaje. 

Boracay es flipante. Es una playa paradisiaca kilométrica, llena de hoteles, chiringuitos de playa, bares, discotecas que primero son restaurantes, luego cafeterías de tarde y luego otra vez discotecas y cualquier otro tipo de establecimiento que se te pase por la cabeza. Un poco ibiza, pero mas lleno aun si cabe de turistas. 

Después de un paseito nocturno, unos Siomai (una especie de Dim sum) y un gulaman (exquisito zumo de no-se-qué con gominolas), algo de cena y un par de cerves, la cama nos llamaba a voces y acabamos rendidos a sus cantos de sirena. 

Mañana mas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario